Suena a
fanatismo "ilustrado" cualquier refutación que intente eliminar
alguna postura filosófica contraria, esgrimiendo argumentos contundentes, los cuales, quien los esgrimiera, bien que quisiera que fueran definitivos.
Cualquier
tipo de “iluminismo” por “ilustrado que fuese”, no sería otra cosa que fanatismo
disfrazado. En este sentido, tanto el
iluminismo griego clásico como el moderno podrían ser tan fanáticos como el que exudaría cualquier escrito
religioso, o ideológico-político.
¿Cómo trascender
el fundamentalismo de manera "sanamente filosófica"? Muchos elaboran recetas a lo cual mas
indigestas.
Viniendo del marxismo, por ejemplo, el transitar la vía del neopositivismo, cruzando por el
existencialismo para arribar luego (siempre mirando a los griegos) a una posición que aceptase todas las demás y les pusiera
un límite: el límite que establece el
lenguaje -pues todas esas posturas en última instancia son lingüísticas-, podría resultar una manera “digeriblemente académica”, para encarar el
problema anterior.
Y hasta podría resultar medianamente racional.
Y hasta podría resultar medianamente racional.
Pero asumir esta
receta existencialmente –es decir,
sacándola de los marcos escolares o académicos- es una cosa bien diferente a sólo hablar sobre la
receta actuando como un Sumito Estévez cualquiera –ese famoso maestro venezolano de
cocina-. http://prodavinci.com/blogs/aji-dulce-el-olor-de-mi-pais-y-una-receta-para-los-amigos-por-sumito-estevez/
En este caso,
no nos queda otro camino que aplicar la
receta del “sano escepticismo” metodológico de Hume –muy diferente al cartesianismo-; los
consejos epistemológicos de Karl R. Popper; las reglas experimentalistas de John Dewey; la sospecha a todo tipo de saber que se
nos presente como definitivo, como la practicaron Federico Nietzsche y José Ortega
y Gasset; la aceptación de la duda existencial de Sören Kierkegaard y la
de Don Miguel de Unamuno, y la radical posición
crítica de un Karl Marx juvenil, un Jean-Paul Sartre no tan senil, y un Ludwig Wittgenstein
-sobre todo Wittgenstein- jugando con el lenguaje y apostando por la vía
mística.
Casi un
idéntico camino –sea académico o existencial, o ambos a la vez, o en secuencia- hemos transitados muchos de nosotros antes de terminar
vomitando otras mezclas de condumios indigeribles:
Ateos de
jóvenes, escépticos radicales a mediana edad
y dogmáticos irredentos al final de la vida. Pero siempre ateos, o terroristas religiosos sin arrepentimiento alguno. O ávidos consumidores
de una combinación, en diferentes recetas sólo en apariencia
racionales, a medias (a las cuales las llaman los chapuceros de la mente, sean
educadores o psiquiatras, “eclecticismo”), de toda a combinación posible, buscándole respuesta literaria y filosófica a
lo que nunca lo tendrá:
El problema
del más allá.
Cualquier ensalada
filosófica siempre será igualmente indigesta, y nos dejará, de igual manera, hambrientos de verdad, bien y sobre todo, de
paz interior.
Con recetas como las mostradas, pero asumiendo ese sano escepticismo ya
aludido, cualquier plato fuerte
religioso o ideológico, por pesado que fuera, sería hasta digerible para afrontar
esa pregunta que jamás tendrá respuesta racional:
¿Qué hay más
allá de ese umbral existencial que a todos nos espera?
No me
pegunten qué hay más allá pues no lo sé. Pero sí que sé que algo ha de haber, pues si
no, ¿tendría sentido estar ahora preguntándolo?
De cualquier
manera, las respuestas ofrecidas por el arte y la religión, siendo ambas, dos caras de una misma moneda existencial-humana, siempre
estarán más allá de ese umbral transcendental, pero sólo representarán comida ideal, esa que como los cien taleros
ideales de Kant, jamás servirían para llenarnos las faltriqueras terrenales.
Y a ellas deberíamos
apegarnos como receta de sobremesa, es decir deglutirlas como postre a ser
saboreado mucho después del condumio terrenal ya deglutido.
En vida, y sentados
a la mesa de nuestra cotidianidad
gregaria, falsa y temerosa, el arte y la
religión son la única manera de soportar este “valle de lágrimas”, como el plato fuerte que siempre ha de ser
acompañado escépticamente, por las recetas filosóficas antes ofrecidas para que
no muramos de indigestión consumiéndolas.
Y ya
consumidas, esperar siempre por el postre.
lmp
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