domingo, 15 de marzo de 2015

RECETAS FILOSÓFICAS Y EXISTENCIALES DIGERIBLES.



Suena a fanatismo "ilustrado" cualquier refutación que intente eliminar alguna postura filosófica contraria,  esgrimiendo argumentos contundentes,  los cuales, quien los esgrimiera,  bien que  quisiera  que fueran definitivos. 

Cualquier tipo de “iluminismo”  por  “ilustrado que fuese”,  no sería otra cosa que fanatismo disfrazado.  En este sentido,  tanto el  iluminismo griego clásico como el moderno  podrían ser tan fanáticos  como el que exudaría cualquier escrito religioso,  o ideológico-político.

¿Cómo trascender  el  fundamentalismo  de manera "sanamente filosófica"?  Muchos elaboran recetas a lo cual mas indigestas.

Viniendo  del marxismo,  por ejemplo,  el transitar la vía del  neopositivismo, cruzando por el existencialismo  para  arribar luego  (siempre mirando a los griegos) a una  posición que aceptase todas las demás y les pusiera un límite:  el límite que establece el lenguaje -pues todas esas posturas en última instancia son lingüísticas-,  podría resultar una manera “digeriblemente  académica”, para encarar el problema anterior. 

Y hasta podría resultar  medianamente racional.

Pero asumir esta receta  existencialmente –es decir, sacándola de los marcos escolares o académicos-  es una  cosa bien diferente a sólo hablar sobre la receta actuando como un Sumito Estévez cualquiera –ese famoso maestro venezolano de cocina-. http://prodavinci.com/blogs/aji-dulce-el-olor-de-mi-pais-y-una-receta-para-los-amigos-por-sumito-estevez/

En este caso, no nos  queda otro camino que aplicar la receta del “sano escepticismo” metodológico de Hume  –muy diferente al cartesianismo-;   los consejos epistemológicos de Karl R. Popper;  las reglas experimentalistas de John  Dewey;  la sospecha a todo tipo de saber que se nos  presente como definitivo,  como la practicaron Federico Nietzsche y José Ortega y Gasset;  la aceptación de  la duda existencial de Sören Kierkegaard y la de Don Miguel de Unamuno,  y la radical posición crítica de un Karl Marx juvenil, un Jean-Paul Sartre no tan senil, y un Ludwig Wittgenstein  -sobre todo Wittgenstein-  jugando con el lenguaje y apostando por la vía mística.

Casi un idéntico camino –sea académico o existencial, o ambos a la vez,  o en secuencia-  hemos transitados muchos de nosotros antes de terminar vomitando  otras  mezclas  de condumios indigeribles:   
Ateos de jóvenes, escépticos radicales  a mediana edad y dogmáticos irredentos al final de la vida. Pero siempre ateos,  o terroristas  religiosos sin arrepentimiento alguno.  O ávidos consumidores de una  combinación, en diferentes recetas sólo en apariencia  racionales,  a medias (a las cuales las  llaman los chapuceros de la mente, sean educadores o psiquiatras,  “eclecticismo”),  de toda a combinación posible,   buscándole respuesta literaria y filosófica a lo que nunca lo tendrá:

El problema del más allá.

Cualquier ensalada filosófica siempre  será igualmente  indigesta,  y nos dejará, de igual manera,  hambrientos de verdad, bien y sobre todo, de paz interior.  

Con  recetas  como las mostradas,  pero asumiendo ese sano escepticismo ya aludido,  cualquier plato fuerte religioso o ideológico, por pesado que fuera, sería hasta digerible para afrontar esa pregunta que jamás tendrá respuesta racional:

¿Qué hay más allá de ese umbral existencial  que a todos nos espera?

No me pegunten qué hay más allá pues no lo sé.  Pero sí que sé que algo ha de haber, pues si no, ¿tendría sentido estar ahora preguntándolo?

De cualquier manera, las respuestas ofrecidas por el arte y la  religión, siendo ambas, dos  caras de una  misma moneda existencial-humana,   siempre estarán más allá de ese umbral transcendental, pero  sólo representarán  comida ideal, esa que como los cien taleros ideales de Kant, jamás servirían para llenarnos las faltriqueras terrenales.

Y a ellas deberíamos apegarnos como receta de sobremesa, es decir deglutirlas como postre a ser saboreado mucho después del condumio terrenal ya deglutido.

En vida, y sentados  a la mesa de nuestra cotidianidad gregaria, falsa y temerosa,  el arte y la religión son la única manera de soportar este “valle de lágrimas”,  como el plato fuerte que siempre ha de ser acompañado escépticamente, por las recetas filosóficas antes ofrecidas para que no muramos de indigestión  consumiéndolas.

Y ya consumidas, esperar siempre por el postre.

lmp

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