I
¿Quién no piensa
en la ciencia físico-natural y lo que ella propone, como la cumbre de la racionalidad y del buen juicio; como una actividad llevada a cabo por seres
humanos superiores quienes sacrifican
sus vidas para ponerlas al servicio de la búsqueda de la verdad, la cual para
ellos es el resultado de una explicación metódica, ajustada a los cánones de la
argumentación lógica, y fundamentada en los hechos dominados por leyes matemáticas,
universales y necesarias?
Como toda institución
social ilustrada, la ciencia muestra a lo largo de su historia momentos de
absoluto éxito frente a cualquier tipo de oscurantismo, en particular el expresado
como fundamentalismo religioso. Ello se podría ilustrar haciendo alusión a la más
notoria manifestación anti-científica de las dos últimas centurias: la
defensa del creacionismo.
Pero, paradójicamente,
la historia de la ciencia también muestra
momentos de cierre sobre sí misma y de
callejones o túneles oscuros.
Convengamos por
intereses argumenattivos, no obstante, sólo en apariencia sin salida.
II
Una cosa es hacer
ciencia como científico, como físico por ejemplo. Otra es hacer historia de la
ciencia, o hacer epistemología de las ciencias físico-naturales.
Estas dos últimas
disciplinas son las que han puesto en su sitio, desde inicios del siglo XX, la creencia en la ciencia como un saber
completo, cerrado sobre sí mismo y absoluto. Pero sobre todo opuesto
radicalmente a todo tipo de religión entendida como admiración y sobrecogimiento frente a la totalidad
de ese todo que trasciende cualquier tipo de conocimiento, incluido el conocimiento
científico.
Mantenerse dentro
de tal cierre mental es propio de quienes profesan una auténtica religión: el “cientismo”,
y de quienes, de manera dogmática o fundamentalista, niegan la posibilidad de
toda trascendencia metafísica afirmándose en un ateísmo con fundamentos
filosóficos, tan pobres como lo serían los de cualquier creencia fundamentalista
religiosa.
Entonces la
verdad histórica de la ciencia es otra.
El conocimiento
científico tal y como lo experimentamos hoy ha progresado precisamente entrando
en relación dialéctica, diríamos, con lo
que un autor llamado Stanley L. Jaki, quien sí que sabe del tema, llama “teología natural”, o con la búsqueda de una aprehensión última del todo
que jamás será reducido a la suma de los hechos que podrían integrarlo. (Stanley
L. Jaki. “The road of science and the ways to God”).
Fue esa
percepción del todo, esa intuición mística de un algo que él pensaba que lo transcendía, y trascendía su objeto de estudio, lo que condujo
a Ernst Mach, uno de los científicos naturales más preclaros de principios del
siglo XX, a dedicar su vida a la consolidación
de una visión del mundo que estuviera únicamente fundamentada en la ciencia físico-natural.
III
En la biografía de
Ernst Mach, sobre cuyo legado fue creado el denominado Círculo de Viena, se
podría constatar la presencia de muchas de las contradicciones aludidas anteriormente.
Como él mismo lo
confesa, fue una intuición mística de la totalidad la que, a una edad muy temprana,
le condujo a esa visión que hasta el final de su vida sería la motivación
personal que le alimentaría su amor por el conocimiento científico. Ya al final de su existencia
terrenal, habiéndose declarado un
Budista confeso -es decir un creyente en una totalidad cósmica envolvente en la
cual domina el eterno retorno- siguió creyendo de manera irracional en la sensación como vía privilegiada
para obtener la verdad científica, y en la imposibilidad de una física
relativista. De ahí sus ataques a Albert Einstein hasta el final de su vida.
La tendencia epistemológica
de inicios del Siglo XX conocida como “neo-positivismo”
se organizó en Viene en torno a la memoria de Ernst Mach.
IV
En la historia
del Círculo de Viena, no obstante, jamás se menciona ese fondo místico e
irracional que alimentó el aparente
apego de los miembros del Círculo a los hechos
positivos, a la sensación como único recurso para obtener conocimiento científico, y al aborrecimiento de todo tipo
de metafísica o teología natural.
Por haberlo mantenido
en silencio el Círculo de Viena pasó a la historia como una organización
secreta más que como una reunión de libres pensadores buscando la verdad como único
fin. Ello es muestra de que aun en el caso de los grupos científicos, es más lo que se suprime que lo
que se muestra claramente cuando se trata de defender una causa por irracional que
fuese; en este caso, la causa neo-positivista con sus tendencias cientificistas,
agnósticas y claramente anti-metafísicas.
V
En nuestra
opinión Ernst Mach, un brillante científico
e historiador de la ciencia fue, por lo ya dicho, un pésimo filósofo.
Pero paradójicamente
fueron sus ideas las que dominaron una escuela de pensamiento que en el momento
más brillante de su constitución como grupo esotérico más que filosófico, puso en jaque la epistemología tradicional.
Afortunadamente las
propuestas irracionales del Círculo de
Viena llegaron a su zenit en el siglo
pasado, y hoy son sólo datos históricos en la historia de la filosofía
de las ciencias positivas o físico-naturales.
lmp.
Jueves 13/03/2015
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