domingo, 15 de marzo de 2015

El AGONISMO UNAMUNIANO: EL SER SIN LA NADA.



1. Quien no se acongoja, quien no se angustia, seguro que no está vivo. Ni podría llegar a estar muerto, pues de hecho, ya lo está.
Y cuántos no  deambulan por la vida  como zombis, como muertos en  vida.
La angustia, como lo fue para otro acongojado por su vida, Kierkegaard, fue para Don Miguel de Unamuno la puerta de salida de su propia congoja existencial, esa que le producía el hecho de saberse un ser que existía pero sin  saber cuál era el fundamento último de su existencia terrena individual. 
Angustia igualmente producida por el hecho de no saber que era antes de arribar al ser,  ni que sería  después de dejar de ser. 

2. Que  me sepa existente en medio de otros seres, sin embargo,  no alivia mi angustia. Por el contrario,  la repotencia;  la hace aún más angustiosa.
Yo soy  yo y mis circunstancias, como lo dijo , Ortega y Gasset, otro coterráneo de Don Miguel.  Pero ni con mis circunstancias puedo amalgamarme, ni con quienes en ellas no son yo ni podrían serlo, pero con quienes quisiera fundirme sin lograrlo. 
Y es que los otros son el infierno de mi yo; en eso estaba en lo cierto Sartre,  por carecer de medios para trascenderme y serme,  con ellos en ellos. 

3. Pero mi angustia es producida por una radical escisión interior, no sólo exterior; ruptura del yo   más profunda que la que ataca al esquizofrénico sin remedio.
Soy,  y a la vez me sé “no-siendo”. 
Mi temporalidad me acongoja, me angustia.  Fluyo en un rio interminable de actos de conciencia, y me hallo a mi mismo sin fondo, desfondado. 
Como un velero en alta mar, me encuentro a la deriva de mi tiempo, mecido por las circunstancias que me arrastran desde mi nacimiento hasta mi desaparición terrenal. 

4. Soy consciente, sobre todo, de la limitación última de mi ser,  que se abre a la nada;   de mi definitivo “no-ser”.
Pero al experimentar ese vacío,  producto de la  conciencia de mi nada, en lugar de eliminarme de un todo, en  el límite de su manifestación nihilista,  me libera.  
La angustia genera, entonces,  tranquilidad  al sentir ese anhelo profundo de ser algo en lugar de nada.  
Pero eso sucede, siempre, en el límite de mi ser, en la crisis existencial que todo lo remueve.
Y nadie, de tal crisis, se salva ni está a salvo de una vez y para siempre. 
De estar vivo, por supuesto, y no ser un zombi.  
En la angustia, entonces, creyó Don Miguel que  se sacia mi hambre y sed de infinitud, de Dios o de transcendencia.

5. La angustia en Unamuno, en definitiva, es una  experiencia límite que hace saltar todos los resortes de mi  ser, haciendo que estalle  el no ser no substancial que nos sabemos siendo en medio de las cosas del mundo, del entorno vital.
El “agonismo unamuniano” no es, en consecuencia,  como el nihilismo de Nietzsche o la nada de  Sartre, definitivo.
En Don Miguel,  la agonía de saberse nada es el propulsor que nos  permite lanzarnos al Todo, a  Dios, salvándonos de la absoluta nada, de donde venimos, en la que estamos, y en la que la vida nos amenaza a cada instante con sumergirnos para siempre. 

lmp.

RECETAS FILOSÓFICAS Y EXISTENCIALES DIGERIBLES.



Suena a fanatismo "ilustrado" cualquier refutación que intente eliminar alguna postura filosófica contraria,  esgrimiendo argumentos contundentes,  los cuales, quien los esgrimiera,  bien que  quisiera  que fueran definitivos. 

Cualquier tipo de “iluminismo”  por  “ilustrado que fuese”,  no sería otra cosa que fanatismo disfrazado.  En este sentido,  tanto el  iluminismo griego clásico como el moderno  podrían ser tan fanáticos  como el que exudaría cualquier escrito religioso,  o ideológico-político.

¿Cómo trascender  el  fundamentalismo  de manera "sanamente filosófica"?  Muchos elaboran recetas a lo cual mas indigestas.

Viniendo  del marxismo,  por ejemplo,  el transitar la vía del  neopositivismo, cruzando por el existencialismo  para  arribar luego  (siempre mirando a los griegos) a una  posición que aceptase todas las demás y les pusiera un límite:  el límite que establece el lenguaje -pues todas esas posturas en última instancia son lingüísticas-,  podría resultar una manera “digeriblemente  académica”, para encarar el problema anterior. 

Y hasta podría resultar  medianamente racional.

Pero asumir esta receta  existencialmente –es decir, sacándola de los marcos escolares o académicos-  es una  cosa bien diferente a sólo hablar sobre la receta actuando como un Sumito Estévez cualquiera –ese famoso maestro venezolano de cocina-. http://prodavinci.com/blogs/aji-dulce-el-olor-de-mi-pais-y-una-receta-para-los-amigos-por-sumito-estevez/

En este caso, no nos  queda otro camino que aplicar la receta del “sano escepticismo” metodológico de Hume  –muy diferente al cartesianismo-;   los consejos epistemológicos de Karl R. Popper;  las reglas experimentalistas de John  Dewey;  la sospecha a todo tipo de saber que se nos  presente como definitivo,  como la practicaron Federico Nietzsche y José Ortega y Gasset;  la aceptación de  la duda existencial de Sören Kierkegaard y la de Don Miguel de Unamuno,  y la radical posición crítica de un Karl Marx juvenil, un Jean-Paul Sartre no tan senil, y un Ludwig Wittgenstein  -sobre todo Wittgenstein-  jugando con el lenguaje y apostando por la vía mística.

Casi un idéntico camino –sea académico o existencial, o ambos a la vez,  o en secuencia-  hemos transitados muchos de nosotros antes de terminar vomitando  otras  mezclas  de condumios indigeribles:   
Ateos de jóvenes, escépticos radicales  a mediana edad y dogmáticos irredentos al final de la vida. Pero siempre ateos,  o terroristas  religiosos sin arrepentimiento alguno.  O ávidos consumidores de una  combinación, en diferentes recetas sólo en apariencia  racionales,  a medias (a las cuales las  llaman los chapuceros de la mente, sean educadores o psiquiatras,  “eclecticismo”),  de toda a combinación posible,   buscándole respuesta literaria y filosófica a lo que nunca lo tendrá:

El problema del más allá.

Cualquier ensalada filosófica siempre  será igualmente  indigesta,  y nos dejará, de igual manera,  hambrientos de verdad, bien y sobre todo, de paz interior.  

Con  recetas  como las mostradas,  pero asumiendo ese sano escepticismo ya aludido,  cualquier plato fuerte religioso o ideológico, por pesado que fuera, sería hasta digerible para afrontar esa pregunta que jamás tendrá respuesta racional:

¿Qué hay más allá de ese umbral existencial  que a todos nos espera?

No me pegunten qué hay más allá pues no lo sé.  Pero sí que sé que algo ha de haber, pues si no, ¿tendría sentido estar ahora preguntándolo?

De cualquier manera, las respuestas ofrecidas por el arte y la  religión, siendo ambas, dos  caras de una  misma moneda existencial-humana,   siempre estarán más allá de ese umbral transcendental, pero  sólo representarán  comida ideal, esa que como los cien taleros ideales de Kant, jamás servirían para llenarnos las faltriqueras terrenales.

Y a ellas deberíamos apegarnos como receta de sobremesa, es decir deglutirlas como postre a ser saboreado mucho después del condumio terrenal ya deglutido.

En vida, y sentados  a la mesa de nuestra cotidianidad gregaria, falsa y temerosa,  el arte y la religión son la única manera de soportar este “valle de lágrimas”,  como el plato fuerte que siempre ha de ser acompañado escépticamente, por las recetas filosóficas antes ofrecidas para que no muramos de indigestión  consumiéndolas.

Y ya consumidas, esperar siempre por el postre.

lmp

viernes, 13 de marzo de 2015

LOS TÚNELES OSCUROS EN LA HISTORIA DE LA CIENCIA FÍSICO-NATURAL: ERNST MACH.



I
¿Quién no piensa en la ciencia físico-natural y lo que ella propone, como la cumbre  de la racionalidad y del buen juicio;  como una actividad llevada a cabo por seres humanos superiores quienes  sacrifican sus vidas para ponerlas al servicio de la búsqueda de la verdad, la cual para ellos es el resultado de una explicación metódica, ajustada a los cánones de la argumentación lógica, y fundamentada en los hechos dominados por leyes matemáticas, universales y necesarias?
Como toda institución social ilustrada, la ciencia muestra a lo largo de su historia momentos de absoluto éxito frente a cualquier tipo de oscurantismo, en particular el expresado como fundamentalismo religioso. Ello se podría ilustrar haciendo alusión a la más notoria manifestación anti-científica de las dos últimas centurias:   la defensa del creacionismo.
Pero, paradójicamente,  la historia de la ciencia también muestra  momentos de cierre sobre sí misma y de callejones o túneles oscuros.
Convengamos por intereses argumenattivos, no obstante,   sólo en apariencia sin salida.  

II
Una cosa es hacer ciencia como científico, como físico por ejemplo. Otra es hacer historia de la ciencia, o hacer epistemología de las ciencias físico-naturales.
Estas dos últimas disciplinas son las que han puesto en su sitio, desde inicios del siglo XX,  la creencia en la ciencia como un saber completo, cerrado sobre sí mismo y absoluto. Pero sobre todo opuesto radicalmente a todo tipo de religión entendida  como admiración y sobrecogimiento frente a la totalidad de ese todo que trasciende cualquier tipo de conocimiento, incluido el conocimiento científico.
Mantenerse dentro de tal cierre mental es propio de quienes profesan una auténtica religión: el “cientismo”, y de quienes, de manera dogmática o fundamentalista, niegan la posibilidad de toda trascendencia metafísica afirmándose en un ateísmo con fundamentos filosóficos, tan pobres como lo serían los de cualquier creencia fundamentalista religiosa. 
Entonces la verdad histórica de la ciencia es otra.
El conocimiento científico tal y como lo experimentamos hoy ha progresado precisamente entrando en relación dialéctica, diríamos,  con lo que un autor llamado Stanley L. Jaki, quien sí que sabe del tema,  llama “teología natural”, o con  la búsqueda de una aprehensión última del todo que jamás será reducido a la suma de los hechos que podrían integrarlo. (Stanley L. Jaki. “The road of science and the ways to God”).  
Fue esa percepción del todo, esa intuición mística de un algo que él pensaba que  lo transcendía,  y trascendía su objeto de estudio, lo que condujo a Ernst Mach, uno de los científicos naturales más preclaros de principios del siglo XX,  a dedicar su vida a la consolidación de una visión del mundo que estuviera únicamente fundamentada en la ciencia físico-natural.

III
En la biografía de Ernst Mach, sobre cuyo legado fue creado el denominado Círculo de Viena, se podría constatar la presencia de muchas de las contradicciones aludidas anteriormente.
Como él mismo lo confesa, fue una intuición mística de la totalidad la que, a una edad muy temprana, le condujo a esa visión que hasta el final de su vida sería la motivación personal que le alimentaría su amor por el conocimiento  científico. Ya al final de su existencia terrenal, habiéndose declarado  un Budista confeso -es decir un creyente en una totalidad cósmica envolvente en la cual domina el  eterno retorno-  siguió creyendo  de manera  irracional en la sensación como vía privilegiada para obtener la verdad científica, y en la imposibilidad de una física relativista. De ahí sus ataques a Albert Einstein hasta el final de su vida.
La tendencia epistemológica  de inicios del Siglo XX conocida como “neo-positivismo” se organizó en Viene en torno a la memoria de Ernst Mach. 

IV
En la historia del Círculo de Viena, no obstante, jamás se menciona ese fondo místico e irracional que alimentó  el aparente apego de los miembros del Círculo  a los hechos positivos, a la sensación como único recurso para obtener conocimiento  científico, y al aborrecimiento de todo tipo de  metafísica o teología natural. 
Por haberlo mantenido en silencio el Círculo de Viena pasó a la historia como una organización secreta más que como una reunión de libres pensadores buscando la verdad como único fin.  Ello es  muestra de que aun en el caso de los grupos  científicos, es más lo que se suprime que lo que se muestra claramente cuando se trata de defender una causa por irracional que fuese;  en este caso, la causa  neo-positivista con sus tendencias cientificistas, agnósticas y claramente anti-metafísicas.

V
En nuestra opinión Ernst Mach, un brillante científico  e historiador de la ciencia fue, por lo ya dicho, un pésimo filósofo.
Pero paradójicamente fueron sus ideas las que dominaron una escuela de pensamiento que en el momento más brillante de su constitución como grupo esotérico más que filosófico,  puso en jaque la epistemología tradicional.  
Afortunadamente las propuestas irracionales  del Círculo de Viena llegaron a su  zenit en el siglo pasado, y hoy son  sólo  datos históricos en la historia de la filosofía de las ciencias positivas o físico-naturales.

lmp.
Jueves 13/03/2015