1. Quien no se
acongoja, quien no se angustia, seguro que no está vivo. Ni podría llegar a
estar muerto, pues de hecho, ya lo está.
Y cuántos no deambulan por la vida como zombis, como muertos en vida.
La angustia, como
lo fue para otro acongojado por su vida, Kierkegaard, fue para Don Miguel de Unamuno la
puerta de salida de su propia congoja existencial, esa que le producía el hecho
de saberse un ser que existía pero sin saber cuál era el fundamento último de su
existencia terrena individual.
Angustia
igualmente producida por el hecho de no saber que era antes de arribar al ser, ni que sería después de dejar de ser.
2. Que me sepa existente en medio de otros seres, sin embargo, no
alivia mi angustia. Por el contrario, la repotencia; la hace aún más angustiosa.
Yo soy yo y mis circunstancias, como lo dijo , Ortega y Gasset, otro coterráneo de Don Miguel. Pero ni con mis
circunstancias puedo amalgamarme, ni con quienes en ellas no son yo ni podrían
serlo, pero con quienes quisiera fundirme sin lograrlo.
Y es que los otros son el infierno de mi yo; en eso estaba en lo cierto Sartre, por carecer de medios para trascenderme y serme, con ellos en ellos.
Y es que los otros son el infierno de mi yo; en eso estaba en lo cierto Sartre, por carecer de medios para trascenderme y serme, con ellos en ellos.
3. Pero mi angustia es
producida por una radical escisión interior, no sólo exterior; ruptura del yo más profunda que la que ataca al
esquizofrénico sin remedio.
Soy, y a la vez me sé “no-siendo”.
Mi temporalidad me acongoja, me angustia. Fluyo en un rio interminable de actos de conciencia, y me hallo a mi mismo sin fondo, desfondado.
Mi temporalidad me acongoja, me angustia. Fluyo en un rio interminable de actos de conciencia, y me hallo a mi mismo sin fondo, desfondado.
Como un velero en alta mar, me encuentro a la deriva de mi tiempo, mecido por las
circunstancias que me arrastran desde mi nacimiento hasta mi desaparición
terrenal.
4. Soy consciente, sobre todo, de la limitación última de mi ser, que se abre a la nada; de mi definitivo “no-ser”.
Pero al experimentar ese vacío,
producto de la conciencia de mi nada, en lugar de eliminarme de un todo, en el límite de su manifestación nihilista, me libera.
La angustia genera, entonces, tranquilidad al sentir ese anhelo profundo de ser algo en lugar de nada.
La angustia genera, entonces, tranquilidad al sentir ese anhelo profundo de ser algo en lugar de nada.
Pero eso sucede, siempre,
en el límite de mi ser, en la crisis existencial que todo lo remueve.
Y nadie, de tal
crisis, se salva ni está a salvo de una vez y para siempre.
De estar vivo, por
supuesto, y no ser un zombi.
En la angustia, entonces, creyó Don Miguel que se sacia mi hambre y sed de infinitud, de Dios o de transcendencia.
En la angustia, entonces, creyó Don Miguel que se sacia mi hambre y sed de infinitud, de Dios o de transcendencia.
5. La angustia en
Unamuno, en definitiva, es una experiencia
límite que hace saltar todos los resortes de mi ser, haciendo que estalle el no ser no substancial que nos sabemos siendo
en medio de las cosas del mundo, del entorno vital.
El “agonismo
unamuniano” no es, en consecuencia, como el nihilismo de Nietzsche o la nada de Sartre, definitivo.
En Don Miguel, la agonía de saberse nada es el propulsor que nos
permite lanzarnos al Todo, a Dios, salvándonos de la absoluta nada, de donde
venimos, en la que estamos, y en la que la vida nos amenaza a cada instante con sumergirnos para
siempre.
lmp.