

(De anónimo en un foro cualquiera de las redes sociales).
Somos libres, lo creemos, y más aún lo cree el ser humano común y corriente, sin reparar que si existe la libertad, igualmente existe la opresión, y que más que la libertad, la segunda es la que más perdura. La opresión como ausencia de libertad y autonomía, la cual la mayoría de las veces se transforma en tutela y control encubierto del considerado más débil y desasistido, podría, no obstante, ser vencida. El primer paso es darse cuenta de su existencia. Y para lograrlo, entendimiento y voluntad deberían trabajar en conjunto y educadamente; metódicamente diríamos.
Nadie resultaría estar oprimido por gusto; nadie entregaría su libertad y autonomía por propia voluntad. Pues de hacerlo aplicaría aquello dicho por Kant sobre la irresponsabilidad del menor de edad, del ser humano no educado, que calificaría de “no ilustrado”.
Pero hay situaciones en las cuales impera la “minoría de edad educativa”, al decir de Kant, y tal es el caso de la “estulticia política”, calificada de “niñez envejecida” por Erasmo de Róterdam en su “Elogio de la Locura”, quien la considera la característica más grotesca que ser humano alguno podría exhibir. “Idiotez”, pura y simple, la calificaría Aristóteles.
Pero aún más grotesca sería una segunda infancia provocada colectivamente, inducida de manera planificada y conscientemente por algunos, aceptados como sus líderes.
Querer ser tutelado, querer ser dirigido como un niño en la edad adulta, y aún más en la vejez, sería el peor de los despropósitos para los pensadores aludidos.
Ser un “niño viejo” sería todo lo contrario de la verdadera niñez. Pero, ¿quién, -se pregunta Erasmo-, no consideraría a la “niñez envejecida” del que carece de ilustración, “odiosa y execrable”, y “como algo monstruoso a un niño dotado de sabiduría de hombre?”
“Volverse como niños” no significa “volver a la niñez después de envejecidos”.
Pero es exactamente esto lo que desearía que nos volviésemos quienes, manidos de instrumentos de manipulación y control mediático y publicitario, y munidos de poder político y económico, llevan a los adultos de una sociedad, a los no ilustrados, a los “seres humanos-masa” a esa “estulticia” y niñez adulta inducida; a esa estupidez colectiva.
Y quien eso pueda hacer de manera masiva y sin resistencia alguna, resultaría ser un mago, un ilusionista, o un simple vendedor de ilusiones, -un populista- pero jamás un genio político revolucionario.
Poner ejemplos de la vida real, en alguno de los países latinoamericanos en donde vivimos, desde Centro América a la Patagonia, resultaría en este momento ocioso y pernicioso. Se lo dejamos como una tarea pendiente al lector de estas líneas.
LMP/KS
